Si hubiera podido... calmar tu llanto

Anoche tempranito ya estábamos durmiendo como viene ocurriendo esta última etapa.

Tú te quedas dormido, después de un día cargado de actividad y, mamá, intenta acoplarse a tus horas de sueño para estar bien descansada y rendir durante el día con la energía que te mereces.




Acompañé al hermano en su cena y le dí un besito de buenas noches.

Entonces me despertó tu llanto desconsolado. Así, de repente, a las once y media. Y fui corriendo para cogerte en mis brazos. Pero aquel llanto no cesaba. Y no era normal. Porque tú no lloras nunca.

Así, desde que naciste, no te ha gustado llorar.

Sí tienes genio. Apuntas maneras desde que llegaste a este mundo. Y cuando quieres algo o no te gusta cualquier cosa sacas tu genio y das un grito, tal cual. Pero no, no lloras. Y eso no te lo enseñé yo porque yo soy de las que opina que los chicos deben también llorar. Pero te haces el fuerte.

¿Entonces? ¿Por qué este llanto? ¿Por qué estas lágrimas sin consuelo?

El hermano se levantó alarmado por la falta de costumbre también y me proponía que te llevara al médico.

Te miraba, te acunaba, pero no te gustó nunca estar acunado, siempre derecho e incorporado pero en los brazos de mami.

Tus lágrimas quemaban mi alma por la impotencia de no saber resolverlo. Te paseé, te cambiaba de habitación, te dejaba de nuevo en la cuna y la mecía, te hablaba al oído, te preguntaba qué te pasa...

Y así, después de un rato,  en una de las veces que te tendí en tu cuna, sobre tu colchón nuevo, puse la funda de la almohada en tus manitas, como siempre te gusta tener cuando quieres dormir. Giraste tu cabeza, tomaste tu pipa y cerraste los ojos.

Hoy por la mañana no paro de darle vueltas. ¿Qué ocurrió? ¿Tuviste un mal sueño?

En cuanto me he asomado a tu cuna me has dado los buenos días con una sonrisa abierta, como cada mañana, con tus granitos de arroz y tus paletas separadas. Esa sonrisa de viejecito sin arrugas que me tiene locamente enamorada. Te he traído a mi cama y hemos jugado. Has posado tu cabecita en mi pecho para descansar de tanto juego. Era muy temprano.

Y, después, cuando te he llevado de nuevo a tu cuna para preparar tu biberón, he visto en tu oreja una costra aún un poco fresca. Una gotita de sangre al lado casi seca.

No fuí capaz de verlo bajo la luz de las bombillas.

He revisado tu cuna, he pasado mi mano por la sábana y no he encontrado nada que pudiera haberte dañado. Ayer mismo corté tus pequeñas uñas y ahora no arañan.

Y no encuentro explicación.

Entonces me pregunto si no habrá sido un angelito travieso de tu pandilla. Alguno que ayer no tuviera ganas de dormir y te quisiera para jugar y que hoy debe estar escondido temeroso de que yo le eche una buena reprimenda por alterar tu sueño de aquella manera.

O quizás enfadado porque estás creciendo y pronto no podrás jugar con ellos.

Y lo entiendo. Porque yo te miro y deseo tanto a veces que el tiempo se detuviera y que fueras mi bebé eternamente. Desplegando esa sonrisa pícara o gritando de genio cuando pides algo. Suave y tan tierno, inocente y tan noble, y feliz, sobretodo tan feliz....

Así que, perdono a este angelito que con coraje te hizo un pequeño arañón segura de que no volverá a hacerlo. Y acordamos que está bien, que tenemos que conformarnos y aceptar que tienes que ir pasando de etapa en etapa y crecer.

Yo estaré tan feliz de acompañarte, como con el hermano, y este angelito te protegerá y no jugará más contigo sin control.