Mi adolescente, cómplices

El viernes por la noche,  más bien de madrugada, tumbada en la cama con Lucas que tomaba el pecho entre sueños, Gonzalo se acercó a mi habitación para preguntarme si podía acompañarlo al día siguiente a comprarse unos pantalones.
Le dije que sí inmediatamente sin pensar en los inconvenientes que luego se me vinieron a la cabeza , las pocas horas de sueño, dar el pecho a Lucas a demanda , coger el transporte público, las temperaturas tan altas que nos esperaban, ...
Sería la primera vez que salía de casa y del parque, al menos en dos meses, mi último mes de embarazo y el primer mes de Lucas entre nosotros y, lo más importante, compartir tiempo con Gonzalo que tanta falta me hacía.
Esta tarde, Lucas no conciliaba el sueño molesto por los gases. Me fui a pasear al parque porque durante el paseo él se queda mucho más tranquilo y, como era demasiado temprano y hacía calor, casi fui la única persona que andaba por allí. En aquel silencio, con el sonido de la cigarra acompañándonos, pensaba sobre todo esto.
Me encantó ir de compras con Gonzalo, esperarlo entre los probadores, entrar en varias tiendas comparando los modelos y los precios y a la llegada a casa, reírme tanto con sus bromas que casi no podía moverme del sitio encogida de la risa.
Y, entonces, mientras estaba sentada en el banco rodeada de aquel silencio, me llegó un mensaje de él diciéndome que estaba desesperado porque el autobús que había cogido para ir al centro dónde sus amigos le esperaban, iba pisando huevos.
Volví a sentirme dichosa porque mi hijo de 16, que había salido con sus amigos, me enviara en medio de sus pensamientos un whatsapp para contarme aquello.
Y me volví a sentir dichosa mirando a Lucas y saberlo ya parte de esta complicidad, convertida ya en una complicidad de tres.
El tiempo avanzaba y la tarde empezó a estar mucho más agradable. El parque recibió más visitas y yo en particular una muy dulce

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