Mi depresión y yo


Hoy es el día internacional de la felicidad.

En Octubre del año pasado comencé a escribir una entrada sobre la depresión pero la dejé en borrador y no la publiqué. Empezaba así:
Hoy se celebra el Día Mundial de la Depresión. Cada vez que leo un artículo, un tweet, alguna publicación, me alenta el hecho de que se refiera a casos de personas que ya la han superado, héroes en medio del mundo, luchadores y ejemplos de hoy. Yo no la he superado aún tras nueve meses de diagnóstico. Desde dentro, alcanzar la palabra superación parece inalcanzable.
Ahora, al menos, puedo escribir.

Llevo mucho tiempo queriéndolo hacer pero cuando pones en una balanza los contras de abrir al mundo este mundo tan oscuro para todos, el miedo te acorrala.

Éste el primero de una serie de posts. Cada uno de ellos tratará y describirá una etapa diferente de este camino pedregoso, comprendido e incomprendido, solitario aún en compañía, las barreras y los puentes que me he encontrado en el camino.

Fui diagnosticada de una depresión a finales del mes de enero de 2018. No era consciente de ello. Para mí la depresión no es desconocida. En otros y en mí misma en algún momento de vida la había tratado. En mí misma, en una ocasión, no más de tres meses. Los resultados de la medicación que mi psiquiatra me recetó no tardó más  una semana en causar efectos positivos y no estuve más de una semana de baja, sintiendo una fuerza positiva inmediata. De esto hace muchos años.

Hoy, cinco meses después, comienzo de otra manera.

He estado de baja por enfermedad un año. Tan sólo hace mes y medio que me he incorporado al trabajo. 

Hoy tengo que decir que aún no está superada pero mi vida ya es diferente. Estoy incorporada plenamente a mi vida. Trabajo, estudios, amistades, proyectos...

Mi depresión no empezó de un día para otro. Las señales aparecieron meses antes, en verano del 2017. Cuando acabaron mis vacaciones laborales sentía que aún estaba muy cansada. Notaba que me faltaban fuerzas y solía decir que parecía que no acababa de terminar mis vacaciones porque las relacionaba con descanso y renovación.

En Enero del 2018 acudí tres veces a urgencias a mi centro de salud. No me sentía triste. Sentía que me faltaban las fuerzas. Acudía a urgencias porque por motivos de trabajo y falta de horario no encontraba tiempo para acudir a una cita prevista. No era porque pensara que mis motivos fueran urgentes. 

Pedía que me recetaran algo que me hiciera recuperar energías, quizás algún complejo vitamínico. 

En mi primera visita a urgencias, mi doctora me preguntó qué quería que me diera. Yo le contestaba, "un complejo vitamínico?"

En mi segunda visita a urgencias, la doctora que me atendió, diferente a la que me correspondía, nombró la depresión, así como de pasada. Le contesté que era imposible, que yo estaba contenta y que solo necesitaba algo que me diera energías. Ella dobló la cabeza y me hizo saber que creía que yo estaba equivocada.

En mi tercera visita a urgencias, de nuevo mi doctora, me dijo:

"Te vas a tomar un descanso".

¿Un descanso? De repente no sé cómo ocurrió pero empecé a llorar sin descanso y a partir de ese momento no paré de llorar en mucho tiempo. De llorar y dormir. Llegué a casa y me metí en la cama.
Fueron tres semanas que casi no recuerdo. Tres semanas en cama sin querer salir de ella porque se convirtió en mi refugio. La necesitaba y no quería dejarla. No quería ver a nadie, no quería que me vieran. No quería hablar con nadie. No quería que la puerta de mi habitación estuviera abierta. Y tres semanas sin mirarme al espejo. A esto no me negaba, es que ni siquiera me acordaba de hacerlo.

Estas tres semanas no fueron lo peor. Todo acababa de empezar.

La culpa es lo primero que me acompañó. Culpa por no saber que decir en el trabajo, culpa por no querer ver a mis hijos, culpa por no poderlo hacer tampoco, culpa por creer que la solución estaba solo en mis manos y no resolverlo. 

Había motivos, sí. Estrés, agotamiento, acontecimiento importantes dentro de ese agotamiento, la marcha de seres querido y otros asuntos personales, todo al mismo tiempo. Aunque no piensas en ello, solo en que no puedes.

Después de los estados emocionales pronto llegaron los físicos. Mi cuerpo empezó a temblar. Temblaban las manos, las piernas, las mejillas, la cabeza. Necesité ayuda para llevarme un cubierto a la boca, un vaso de agua, bajar y subir escaleras.

Y el dolor. Dolor en todos los casi todos los órganos de mi cuerpo. Dolor físico y emocional. 

Durante tres meses no conté nada a mi familia. ¿Cómo se hace eso? Yo tampoco me lo explico. Pero así sucedió. Para un ratito de teléfono, lo podía camuflar sin problemas. 

A lo largo de los seis primeros meses tomaba la medicación que me habían recetado. Aquello empeoraba y yo insistía a mis médicos que algo más había detrás de todo esto. 

Lo hubo. Hipertiroidismo del que también me empezaba a medicar. 

No contenta con ello pasé por neurólogos, endocrinos, ginecólogos, oftalmólogos, de sanidad privada y sanidad pública. Análisis y pruebas médicas que me iban acompañando en este camino.

Después de los seis primeros meses visité al psiquiatra que considero que salvó mi vida. La naturalidad de aquella consulta me tranquilizó muchísimo y él dió con el tratamiento adecuado.

He de decir que los problemas de salud mentales no son fáciles de tratar. Son complejos, muy difíciles de alcanzar. No dar con el tratamiento más conveniente desde un principio no es algo raro de encontrar. Todos hacen lo que pueden. Partiendo de este punto, no quiere decir que los enfermos debamos conformarnos con lo primero que nos dicen. Porque es de vital importancia que estemos a gusto y cómodos con los facultativos que nos están tratando. Esto se aplica a cualquier enfermedad. Y no debemos parar hasta que demos con ello y nos encontremos en total confianza del servicio y la calidad de lo que nos ofrecen y podemos disponer. 

Comenzábamos ahora a abandonar un tratamiento, de manera progresiva y empezar con otro completamente diferente y nuevo. Cualquier tratamiento conlleva la adaptación del cuerpo, períodos de efectos a los que nuestro organismo tiene que ir adaptándose. Dejar uno y empezar otro aún era más espinoso. 

Durante esta adecuación, muy al principio ingresé unos días en el hospital. Una experiencia que merece otra entrada completa. Escribir de todo esto no es sencillo. Por más que escriba se me escaparán muchos detalles. Intentaré en otras entradas posteriores detenerme en las etapas de este proceso.

Él me proporcionó un diagnóstico acertado. Somatizaciones de intensidad moderada-grave.

Nunca había escuchado hablar de ello. La máxima manifestación del dolor.

Y también él me dio la calma que necesitaba, la esperanza que estaba esperando. Cuando regresé de mi ingreso hospitalario él ya no estaba. Tuve que enfrentarme también a ello, como tantos de sus pacientes. La vida quizás consideró que había hecho tanto bien a tantos que había cubierto su cupo.
Desde aquí le doy siempre las gracias por su dedicación, atención y humanidad.

¿Cuando empezó todo a ir a mejor? ¿Cuando me adentré en el camino de mi curación?

Sin duda ninguna, cuando inicié el tratamiento adecuado. Cuando la ciencia acertó. Pero hay una parte que también me llevó a ello. Cuando acepté que estaba enferma.

Sí, noté el cambio. Esto ocurrió cuando dejé de sentirme culpable por andar por la calle porque pensaba que pensarían.... Esto ocurrió cuando dejé de sentirme culpable porque no iba a trabajar y si me veían por la calle.... Esto ocurrió cuando dejé de pensar que toda mi curación era mi responsabilidad, y dejé gran parte de mi confianza, casi toda, en la medicina. Esto ocurrió cuando empecé a disfrutar de mis paseos, cuando empecé a hablar de lo que me ocurría sin miedo al que dirán y al etiquetaje. Esto ocurrió cuando me ví como una enferma y dejé de luchar contra ello. Fue entonces cuando dejé casi todo en las manos de quien correspondía y me entregué.

Una enfermedad mental es una ENFERMEDAD. Me lo enseñó mi médico de familia. Ella, a la que tanto tengo que agradecer. Porque me abrazaba en muchas de nuestras consultas y me decía que aguantara. Ella me enseñaba que estaba tan enferma como cualquier otro enfermo y como tal tenía que sentirme. Ella me metía en la consulta cuando veía que iba a buscarla aunque no tuviera cita. Ella que lo trató todo como se merecía. 

Este camino me encontré con quien pasa por encima tuya. A éstos no los recuerdos. Me encontré también con personas humanas, empáticas, profesionales, cariñosas, fuertes, decisivas, para quienes el tiempo de consulta no importa, porque le dedican lo que haga falta sin mirar el reloj aunque provoquen atrasos. Así que, cuando estés esperando a que te atiendan, y la paciencia se te agota, piensa que están tratando a un enfermo como te gustaría que te trataran a tí. Con dedicación. Confía. Y entonces ellos podrán hacer todo lo que esté en sus manos.

Así también lo hacía ella, Marisol, a la que quiero de verdad.

Pasados ese segundo semestre del año empiezo a reducir medicación. Afortunadamente. Porque toda medicación tiene efectos indeseables. En mi caso menguan mi pensamiento, mis capacidades, reacciono muy lentamente ante todo, tengo lagunas de recuerdos y de memoria inmediata también. 

Todo eso va pasando. Tan solo reduciendo algo de la medicación que estoy tomando me noto mucho más despierta. Amanezco más fresca. Todo va a mejor.

Cuando vuelve a un día a día completo, vuelta al trabajo y todas las responsabilidades, vuelves a enfrentarte a todo tipo de situaciones. Malas y buenas.

Mi postura ahora me ayuda a verlo todo con calma y tranquilidad. Soluciono de la mejor manera posible lo que está a mi alcance. Para lo que no, están otros que también pueden solucionar.

Sé que es un resumen escueto de un proceso laborioso y muy, muy largo. Los que lo conocéis lo sabéis. Pero para una primera entrada creo que es suficiente.

Porque el resto lo quiero dedicar a agradecer aún más. Mi familia cuando la hice conocedora de lo que ocurría, hijos que me aportan tanta alegría, risas..., Jesús, mi compañero de viaje, que decidió no separarse de mí en ningún momento y esperó, estando seguro de que todo volvería a su ser, mis amistades, que me han prestado todo el apoyo posible, emocional y de cualquier manera, a las que he tenido de forma incondicional, cada uno de los profesionales que han puesto su granito de arena, además de los que ya he nombrado, José Manuel, Marisol, que aportaron más que un granito. A Angeles con sus clases magistrales, de la que tanto aprendo cada vez que nos vemos. Y a cualquier persona que con una mirada, un saludo, un gesto, una palabra, han contribuído a mi mejoría.

Por eso ahora hablo de ello y por eso esto aquí. Nunca hablaré de medicación, confiar en los facultativos. Pero si con mis escritos y mis palabras puedo hacer llegar aliento a los que estén empezando o en el camino como yo, me sentiré más que satisfecha por ello. Hablaré de ello lo que sea necesario.

Porque ahora no tengo miedo.

Siempre se abren puertas, todo es un aprendizaje, siempre hay oportunidades que aprovechar. 

Sabéis que este blog es de Lucas y todo esto ha formado parte de su vida. Tengo muchos proyectos empezados y por empezar que afectan a su día a día. Y todo, todo ello, os lo voy a contar como hice siempre.

Gracias por estar ahí. Las cositas de Lucas siempre lo estuvo también. Continuamos.













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